Descripción de un ataque de panico

30 05 2009

Desde hace algún tiempo habia encontrado situaciones a normales en mi vida que no explicaba, como repentino miedo a ciertas cosas y situaciones sin sentido aparente.

Hasta que encontre este artculo del Maestro Sergio Zurita, sin duda la mejor explicación de un ataque de pánico.  y la retomo a continuación:

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A veces la gente me pregunta cómo es un ataque de pánico y nunca puedo describirlo. Ahora mismo, aprovechando que estoy en medio de uno, trataré de explicarlo nuevamente.

La sensación, de entrada, es una especie de desdoblamiento. Puedo verme a mí mismo teniendo el ataque de pánico, como si fuera otra persona, y al mismo tiempo estoy inmerso en él. Más o menos como cuando los espíritus se desprenden de sus cuerpos y los ven ahí, frente a ellos, como si fueran una entidad aparte.

Cuando estoy adentro del ataque, lo que siento es una ansiedad que me domina. ¿Y cómo es la ansiedad? Bueno, mucha gente cree, cuando le da un ataque de pánico por vez primera, que lo que le está dando es un infarto. Porque es difícil respirar, duele el pecho y a veces se duermen los brazos o hasta la cara. Es como estarse ahogando y tratar de ser rescatado por uno mismo. Si el yo que se está ahogando se pone duro y patalea, tratando de controlar la situación, el yo salvavidas no podrá arrastrarlo hasta la orilla.

Ahora bien, a mí me han dado cientos de ataques de pánico desde la infancia. Como a los diez años empezaron a traducirse en ataques de asma, que años después se revelaron como meramente psicosomáticos, es decir, provocados por mi propia mente, aunque los síntomas fueran todos reales. Luego, esos ataques de asma se transformaron, como a los doce o trece años, en el convencimiento absoluto de que mi madre me iba a abandonar en cualquier momento.

El más dramático de esos fue cuando, un mes antes de entrar a la secundaria, me mandaron de campamento a Puebla.  Eran quince días de campamento. Aguanté una noche. Al día siguiente, el campus de la UDLA, que es bastante bonito y verde, era el mismísimo infierno. Mis compañeros de campamento convivían, tomaban clases y jugaban con calma, o al menos eso parecía. Yo, en cambio, tenía que ir al baño cada 15 minutos a llorar y a lavarme la cara para que nadie se diera cuenta de que había llorado, porque si alguien se daba cuenta, me iban a preguntar qué me pasaba.

“Extraño a mi mamá” hubiera sido la respuesta más sencilla, pero no era del todo cierta, y además me daba pena. Ya tenía doce años. Pero jamás había estado en nada ni remotamente parecido a una terapia siquiátrica, como para decir: “Me está dando un ataque de pánico”. No podía describirlo, así que cuando el llanto fue imposible de controlar, maté a mi abuela.

“Lloro porque mi abuelita se murió hace poco, y este lugar me la recuerda”, les dije a mis compañeros, que se apiadaron de mí inmediatamente y me llevaron con la responsable del curso de verano para que le llamara a mi mamá. Cuando contestó, pensé que iba a estar enojada, pero su tono era más bien de preocupación. “¡Mamá, ven por mí!”, fue lo único que pude decir antes de soltarme a llorar en desahogo, como si me hubieran quitado una loza enorme del pecho. Esa loza, ese peso muerto que da la sensación de asfixia, y que es el principal síntoma físico del pánico -al menos de mipánico- desapareció como por arte de magia en cuanto supe que mi mamá iba en camino. Hasta me empezó a gustar la UDLA.

La loza es la manifestación física de la incertidumbre.

La incertidumbre, la zozobra, es el principal síntoma mental del pánico. Una parte de la mente me dice que va a ocurrir una desgracia terrible, y la otra me dice que lo que estoy pensando es una locura. Si la primera parte le gana a la segunda, hay pánico. La semilla del pánico es una situación que se parece, de algún modo, a otra que hayamos vivido anteriormente.

Por ejemplo: cuando yo era niño no quería irme a vivir con mis abuelos a Michoacán, porque mi mamá no podía ir con nosotros. Tuve que irme y fue muy doloroso. Así que ahora me basta con ver el letrero que dice Ciudad de México. Hasta Luego, en el Periférico, rumbo a Querétaro, para que mi mente se sienta inquieta.

Una vez, hace cinco años, tuve que pasar una noche en Querétaro. No pude pegar el ojo. Como me fui en camión a Michoacán, cualquier terminal de autobuses me inquieta. Y también los aeropuertos. Me sudan las palmas de las manos, veo hostiles a los demás pasajeros, siento que el avión se va a caer y un largo etcétera.

Ahora bien, una de estas situaciones, por sí sola, no da como resultado un estado de pánico. El concurso de circunstancias tiene que ser el adecuado para que el pánico surja. Es decir, si estoy en el aeropuerto, no me da pánico. Si estoy en el aeropuerto y un niño llora, no queriendo desprenderse de alguien a quien quiere mucho, el ataque está a la vuelta de la esquina.

La ventaja que tengo es que, si algo así ocurre, ya  que me va a dar pánico. Y como ya lo sé, es más soportable. Hasta hace muy poco, no habría podido escribir nada, o al menos nada coherente, bajo el influjo de tanta ansiedad.

scream_3Pero hablaba de la zozobra, que el diccionario define como “inquietud, aflicción y congoja del ánimo, quen no deja de sosegar, o por el riesgo de amenaza o por el mal que ya se padece”.

En el pánico hay riesgo de amenaza y también mal que ya se padece. El mal es el ataque de pánico en sí mismo, y el riesgo de amenaza es que todo lo que uno teme se haga realidad. Por ejemplo, si voy a salir de viaje a un lugar desconocido, hay ansiedad. Si no hablo el idioma que se habla en dicho lugar, la ansiedad crece. Si en ese lugar me va a estar esperando la mujer amada, el ataque de pánico llega de inmediato, porque obviamente voy a pensar que no va a estar en el aeropuerto esperándome. Voy a pensar que me ha abandonado.

Si al llegar al lugar, alguien me dice algo de mala manera en el idioma qu desconozco, el pánico crece. Y si al salir de migración la mujer amada no está ahí, ya es gigantesco. Si en ese momento le hablo por teléfono y no me contesta, no podré saber si algo le pasó o si realmente me abandonó, como me dice el pánico. Incertidumbre. Para estas alturas ya no tengo pánico: el pánico me tiene a mí.

Lo más molesto de los ataques de pánico es que desde afuera parecen ridículos. Y cuando resulta que nada de lo que uno pensaba era cierto -como ocurre en el cien por ciento de los casos- de todas formas están ahí las palmas sudadas y unas ganas de llorar, ante las cuales se reciben todo tipo de respuestas: desde risa burlona hasta impaciencia, pasando por una especie de comprensión condescendiente: “ah, sí, te entiendo, claro, has de sentir horrible”, que por debajo lleva un “qué diablos estoy haciendo con este pinche loco”.

La buena noticia es que, con el tiempo, no sólo se adquiere experiencia para lidiar con el pánico; también se encuentra gente que nos quiere y nos entiende de verdad. Y cuando se combinan esas dos cosas, el camino a la felicidad está a la vuelta de la esquina.

Tomado de  http://www.sergiozurita.com/
Con todo respeto !




Verano nada peligroso

27 05 2009

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Nunca tuve muy presentes los límites del verano, porque donde crecí y vivo no hay diferencias radicales entre cada estación. Pero me gustaba acentuar la variedad: viajar en invierno a lugares con nieve y en verano al mar caliente; poner me cuello de tortuga en las posadas y tipo halter en pleno julio; leer frente a la chimenea como en cliché de encuadre hollywoodense o echado bajo e Sol en un jardín, como en escena de película de los cincuenta.

Me divertía saber quien vive en países de altas latitudes guarda en octubre su ropa ligera en las mismas cajas donde mantenía los suéteres durante los meses calientes. Y sí, me hubiera en cantado vivir en un sitio con extremos como símbolos de renovación, variedad y cambio. (De por sí uno tiene que estar con uno mismo todos los días no esta mal que nos muevan el background.) El verano es, particularmente, reflejo de renacimiento. Época de apareamiento de ballenas, las cuales migran gordas y llenas de grasa al concluir e! invierno (como muchos después de tragar hasta el cansancio en tiempos de frió). Momento de transición hacia un nuevo año escolar. Temporada que empieza con el día más largo del año y termina en el que la noche y el día duran igual. Etapa de celebración y simbolismo, de cosecha y maduración. De amores inocentes y pasajeros (como preludio de Grease), de la felicidad y la aparente libertad.

Sí, suena bien y hasta seudo poético, pero los que no estamos tan lejos del Ecuador —y además trabajamos—, no asumimos a este verano. Vaya, mi vida no cambia gran cosa entre el solsticio y el equinoccio —y creo que tampoco la de muchos de ustedes—, menos aún ahora que nos ha dado en la torre el cambio clima —o más bien, ahora que nosotros le hemos dado en la torre al clima—. Respiramos el mismo aire (sucio), nos enteramos de las mismas noticias (sucias), enfrentamos los mismos problemas (sucios), corremos los mismos riesgos, se presentan las mismas oportunidades.

Y además de la sobreoferta de paquetes vacacionales, o lo único distinto (y eso a veces) es la lluvia.  Sin embargo, con años de práctica (los que llevo de vida) he aprendido a sacarle al verano las cosas buenas. Suele gustarme m la ropa en esa temporada, por ejemplo. Voy con mayor frecuencia al cine porque hay más variedad. Los días son más largos y hasta puedo decir que par eso soy más creativo —o al menos más productivo—. Este verano, como todos (o más que todos), espero madurar. Renacer y renovarme. Cosechar y dar. Y deseo lo mismo a ustedes.





La Dama de Shallot

24 05 2009

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Los campesinos la tenían por una hada,, una especie de diosa de la fertilidad que con sus poderes sobrenaturales hacía florecer las cosechas.

Pero la dama estaba encantada por un maleficio que le impedía contemplar cuanto ocurría fuera de los muros de su torre. Sólo podía observar el mundo exterior a través del reflejo del espejo mágico y pasaba los días tejiendo unos tapices que representaban las escenas vislumbradas en el espejo, ya fueran los amores de los jóvenes campesinos o el paso de los caballeros del rey Arturo, que galopaban ante su torre rumbo a Camelot.

Un día pasó Lanzarote, ataviado con su armadura resplandeciente y cantando una alegre canción. La doncella, fascinada por su canto, se asomó a la ventana. Entonces vio por primera vez como se abrían las flores en el jardín y pudo admirar la figura del caballero. Al instante, el espejo se rompió y una furiosa tempestad de truenos y lluvia azotó el castillo. La dama, horrorizada, gritó: ¡La maldición ha caído sobre mí!

Subió a una barca  y se dejó arrastrar por la corriente, sabiendo que su fin estaba próximo. Iba cantando una balada, la misma que los campesinos oían en las noches de luna llena, pero esta vez resonaba con un triste acento, porque ya no era una hada poderosa sino una simple muchacha asustada.

Canto hasta que sus ojos se oscurecieron y su corazón dejo de latir. Las aguas la llevaron a Camelot, donde las damas y caballeros salieron del palacio de Arturo al ver llegar la barca con su fúnebre carga. Se preguntaron quién sería aquella hermosa doncella y Lanzarote, ignorando que él había sido la causa involuntaria de su muerte, elogió su belleza y rogó a Dios por su alma.





Cambiar para que nada cambie

21 05 2009

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Durante los últimos días he visto la necesidad de cambiar algunas cosillas que creo que me han venido perjudicando tanto físico como emocionalmente, y me plantee eso de cambiar mi forma de ser o al menos cambiar eso que me venia haciendo daño a lo cual recordé que en The crying game, Fergus- terrorista del Ejercito Republicano Irlandés- cuenta a su rehén –Jody, un soldado inglés- la fábula del alacrán que pide ayuda a una rana para cruzar el río. Ésta dice que no, porque la picará y morirá en consecuencia, pero después de una larga discusión, él la convence de que no le va hacer nada. Ella acepta y, en medio del camino, el arácnido la pica. Cuando moribunda, la rana le pregunta por qué, el alacrán responde: “Lo siento no lo puedo evitar, está en mi naturaleza”. Más tarde, el soldado muere también.

Recuerdo bien la escena, no sólo porque tengo particular amor hacia los alacranes, sino por que es una buena metáfora de lo que somos y de lo que no podemos ser, de los dos tipos de características humanas: las modificables y las que de plano no podemos cambiar.

Hay muchas cosas que odio de mi mismo, y que después de varios intentos, no he podido superar. Y no hay nada peor que vivir con esas partes todos los días. Mes tras mes. Año tras año. Pero a mis 23 años he aprendido que no debo luchar contra ésas (son parte inherente de mi naturaleza) sino controlarlas y lograr una sana convivencia (supongo que eso les pasa a los alcohólicos siempre). Sin embargo, hay otras que sí he logrado trascender, gradualmente, con disciplina y mucha paciencia –porque no hay cambios de un día para otro, sino procesos-. Pero todos sabemos lo difícil que es hacerlo. Despedir eso que nos choca, romper vicios, enfrentarnos a lo desconocido, salir de ese lugar cómodo y estático donde todos hemos estado.

Evolucionar. Y debemos hacerlo, porque como bien dice El gato pardo de Visconti: “hay que cambiar para que nada cambie” –pocas cosas son más patéticas que un señor queriendo ser adolescente o una mujer adulta con conducta infantil-. Evolucionar. Para no estancarnos, para no morir, incluso, para aprender a lidiar con lo que no cambia.

En esta época del año cuando un nuevo ciclo de vida da comienzo de nuevo, es buena oportunidad para revisar tu evolución. Echarte un buen clavado en tu interior para investigar hasta donde puedes llegar y quieres cambiar; para saber cómo es tu naturaleza, para darte la oportunidad de conocer ese lado oscuro de tu personalidad, que sabes que lo has deseado conocer, y así no continuar estático, sino en un proceso de evolución contigo mismo. ¡Inténtalo!





Generación Y

21 05 2009

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En mi corta vida racional de 23 años me doy cuenta con tristeza y coraje que pertenezco a la “Generación Y”, a una juventud que le vale madre salir del hoyo. Que tiene un chingo de miedo al fracaso, ya que si cometes un error, o te va mal en la vida, la gente no te baja de pendejo.

Mejor prefieres no arriesgarte, no invertir tu tiempo en cosas que valgan la pena, y malgastarlo en mierda, como la droga y el alcoholismo, que la sociedad joven llevamos como bandera. No voy a generalizar, no todos los (as) jóvenes son iguales; no a todos le gusta el chupe y meterse drogas, pero vuelvo a lo mismo, tampoco les gusta la responsabilidad de ser mejores cada día, o simplemente se limitan a criticar y a encontrar en qué esta mal la sociedad, el gobierno, y no se fajan los pantalones para gritar: “¡Hey, aquí estoy y propongo una solución!”.

Por eso seguimos con los mismos líderes: Marx, el Che, Ghandi, King, Lennin, Hitler, porque estas personas tuvieron la voluntad de afrontar todo, ¿Por qué no tener un líder viviente?, ¿por qué no ser un líder ahora y dejar de ser del gran montón que todo le da igual? Por mi parte es todo, espero no ofender a nadie.